La locura de Chinolo...

La locura de Chinolo.

Hola, señor… ¿usted sabe donde están los chinos que venden helados?
Dijo la rubia de cabellos rojizos, que se asemejaba a la musa de Chinolo.

Si. Respondió él.

Sonriendo, fijando en ella sus ojos, era muy hermosa, con su vestido largo, y su cabellera de crinejas, la musa adolescente, inocente de su convidado.

Escena 1.  

 Aparece un hombre arrastrando una mujer de cabellos rojizos, con aspecto desmayada o muerta, y la coloca en la orilla de un monte…

Luego sale el hombre con el rostro sudado, suspira, y se limpia el rostro del sudor, se nota algo agotado.

La observa, la observa mucho, como queriendo escucharla o explicarle lo que pasó, pero ella no lo oye…

Su aspecto era casi de un indigente, un loco, un vagabundo, melena larga pegada a su gorro de anciano, chiva larga y descuidada, saco de tejido marrón, ojos brotados, aspecto de poeta descuidado, hablando consigo mismo, y con ella…

La sigue mirando, tratando de hablarle, haciendo gestos con sus manos, y le decía algo así como:

Tú,
 Y yo,
Siempre juntos,
Claro,
Aunque tú no quieras,
Yo se, yo se,
Quería explicártelo,
 Pero tú,
No tenías que…
Claro, yo entiendo, 
Pero a veces…

Y así balbuceaba, agotado, casi sin fuerzas, hablando con ella, se notaba el lamento en su voz, como queriendo dar alguna explicación de lo sucedido.

 ¿Acaso estaba muerta? ¿Acaso la había confundido con alguna persona cercana a él? ¿Quien era él? ¿O ella? ¿O quien pensaba él que era ella?

Luego saca de su viejo saco un libro, un pequeño libro de aspecto descuidado, algo roto, y sucio, y comienza a buscar un poema que supuestamente a ella le gustaba. 

Decía algo así.

Tú sin mí,
Yo sin ti,
Ambos juntos,
Aunque separados,
Pero siempre juntos…

¿Acaso deliraba de algún amor que lo atormentaba por su ausencia?

Si, ese era Chinolo sumergido en la locura producida por la ausencia de su musa, llevaba ya tiempo esperándola, y en la espera, perdió todo sentido de la vida, comenzó a descuidarse él como persona, todo giraba en torno a ella, ella era su mundo, y ya no estaba, la buscaba y no la encontraba, hasta que un día,  una linda joven que buscaba una dirección para comprar helados le preguntó.

Hola, señor… ¿usted sabe donde están los chinos que venden helados?

Chinolo al verla, quedó atónito, impactado, iluminado, creyendo que era su musa, la contempló de una forma  tan, pero tan deseable, que terminó amándola hasta la muerte.

Le dijo: Si, yo te llevo…

Y la tomó de la mano, ella quiso impedírselo pero no pudo, era mas fuerte que ella, en su mente pensaba que la había encontrado y no se le iba a escapar, ella quiso gritar, pero él se lo impidió, la apretó tan fuerte que se la llevó casi cargada, arrastrada hasta el jardín de su casa, que ya era un bosque, allí la recostó sobre la maleza, y comenzó a explicarle todo lo que había sucedido desde que ella se había ausentado, pero ella no le respondía, estaba muerta, la había asfixiado sin saber, pero él no sabía…

 Seguía hablándole, con denuedo, cansado pero emocionado de haber encontrado su musa, era el rostro de un hombre perdido en el amor de su amada, confundido por la miseria y el dolor, que lo había llevado a cometer un asesinato sin tener memoria de sus hechos…

¿Hasta donde puede llegar la locura de un hombre perdidamente enamorado? El amor ciega a los hombres y los hace cometer actos inimaginables, solo el amor verdadero puede cambiar al ser humano y sacarlo de las tinieblas a la luz, pero Chinolo estaba lejos de encontrar el amor verdadero…



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